Tienes que alcanzar tus objetivos, no pares de moverte, piensa, planifica, busca, haz…sin parar, une cada acción (hecha o pensada) con otra. Sigue adelante, no te detengas. ¿Lo has logrado? Pero no es suficiente, da el siguiente paso, al siguiente objetivo.

Y así, una hora tras otra, un día tras otro. Mensajes que llegan desde fuera, desde las redes sociales, desde tu familia, desde tus amigas/os.

También son mensajes que llegan desde dentro de ti: no sé estar sin hacer nada. Quién eres si dejas de hacer algo, de buscar algo, de pensar algo, de necesitar algo. Con prisas, con ansiedad, con exigencias.

Aún teniéndolo todo queremos más.

Esto nos trae agitación, confusión, malestar, sensación de vacío o sinsentido.

Entonces podemos acudir a una compañía que nunca falla: nuestra respiración.

Podemos buscar un espacio en silencio para detenernos a observar nuestra respiración, cómo entra y cómo sale el aire de nuestro cuerpo. Prestar atención sólo a ese movimiento que nunca para mientras estamos vivos/as.

Nuestra mente no sabe no hacer nada. Así que le damos una tarea amable: observar cómo respiramos. Suavemente. Sin prisas. Sin esperar nada. Sin buscar nada. Cuando inspiro me doy cuenta que lo estoy haciendo. Cuando espiro siento mi espiración, cómo me vacío por dentro. Y así llega la quietud.

Pararnos para aflojarnos, para sentir nuestro cuerpo, para tomar conciencia de nuestra vida. Tener la actitud de quien se entrega a un sueño reparador: yo ya he hecho bastante por hoy, me merezco este descanso.

Desde esa conexión profunda con nuestro ser que respira, siente y vibra, podemos retomar con una energía distinta nuestra vida cotidiana.

Esta vez sin perdernos. Esta vez en equilibrio con lo que soy y lo que hago. Con la confianza de tener en nuestras manos el poder para cuidar de mí misma.

Yira Labrador.