Desde que somos niñas o niños, nos dicen cuánto valemos, aunque a veces los mensajes sean contradictorios.

Por una parte nos dicen que lindas somos o que valientes sois, mira que mayor o que orgullosa/o estoy de ti. Eso nos llena el corazón, nos hace sentir que formamos parte del amor de nuestra familia.

Otras veces, también el mensaje que nos transmiten es más oscuro: calla, ante las personas adultas no se habla, no me hagas sufrir, si no me comes vas a morir, las niñas buenas siempre ayudan a los demás, los niños buenos siempre se arriesgan y no se cuidan, etc, etc…

Son mensajes sin reflexión, repetidos muchas veces generación tras generación. Haciendo un daño profundo. Porque somos inocentes y necesitamos creer.

Así, somos capaces de construir capas y capas alrededor de esos mensajes que calaron hondo en nuestros corazones. Haciéndonos sentir inadecuadas o inseguros, para poder sobrevivir buscamos salidas: comiendo de más o de menos, volviéndonos agresivos, llenas de dudas nos atascamos en la toma de decisiones, eligiendo una pareja que nos haga sufrir.

Hasta que un día nos toca o nos hacen parar. El dolor nos avisa que hemos tocado fondo, que ese camino nos hace daño, que tal vez, hay algo que no está bien y debemos pedir ayuda.

Entonces empieza un viaje, el más importante de tu vida, a través de separar los mensajes antiguos de tu propio valor. A través de las capas que construimos para funcionar, sacrificando la verdadera libertad.

Encontrar alguien que nos acompañe en ese camino, que lleve un candil para caminar mano a mano, recorriendo los pasillos oscuros, alumbrando los sótanos, descubriendo que los fantasmas huyen de la luz.

El valor de encontrar tu propio valor. No el que te hicieron creer que tenías. Si el que vibra en tu interior, detrás de tu sonrisa, de tus ojos brillantes, de tus ganas de vivir y de compartirte.

Allí estoy, cerca, para acompañarte a descubrir tu valor.

Yira Labrador.