Cuando nos damos cuenta que queremos cambiar una actitud, un hábito, cuando después de un proceso de formación o acompañamiento descubrimos que queremos nuevos objetivos (laborales, vitales) y nos ponemos a ello con todas nuestras fuerzas y nuestras ilusiones, muchas veces no damos de bruces con un muro realmente duro de franquear: algo nos ocurre que no podemos dar los pasos que tan claramente vislumbramos, o damos un paso y el siguiente se nos pierde en un mar de dudas y de pensamiento negativos.
Es el momento de tomar conciencia del entrenamiento al que hemos estado sometidos desde muy niñas/niños. Si, has leído bien, entrenamiento, es una manera menos sutil para llamar al proceso de socialización. Proceso necesario para vivir en nuestra familia, sociedad, cultura.
Lo positivo de esta palabra es que encierra su propia solución, es decir, todo aquello que es capaz de entrenarse, también es capaz de reentrenarse. Lo cual no niega que requiera esfuerzo, dedicación, atravesar el dolor y muchas veces el acompañamiento de profesionales de la psicología y la psicoterapia.
¿A qué se nos ha entrenado desde nuestra infancia?
- A obedecer sin reflexionar. “Porque yo lo digo”, “porque siempre se ha hecho así y punto”.
- A esperar recompensas inmediatas. “Si haces esto te daré … (un helado, una chuche, un abrazo, mi amor…)”, “te lo mereces todo sólo porque eres muy guapa”.
- A dudar de nuestra valía como seres humanos. “Cállate que eres un mico…”, “pero, ¿quién te has creído que eres?”, “Solo/sola no vas a poder”.
- A desconfiar de las señales de nuestro cuerpo. “Ponte el abrigo que hace mucho frío (y el peque está sudando)” …” seguro que tienes pipi, así que te sientas ahora mismo en el váter”, “no, si no pasa nada, es una rozadura de nada (y tienes una brecha en la rodilla)”.
- A creer que por ser niñas éramos menos valiosas, fuertes, importantes que los niños. “Las niñas no se suben a los árboles, no son tan rápidas, comes después de tu hermano, no son buenas en matemáticas, tu a esperar a tu príncipe azul, calladita estás más bonita…”
- A creer que por ser niños éramos más fuertes, duros, valientes que las niñas. “Los niños no lloran, te caes y te levantas y a seguir corriendo sin quejarse, uyyy si parece blandito, el color rosa no es para ti, tu a conquistar el mundo, nadie entiende a las chicas…”
- A esconder nuestras necesidades a favor de satisfacer las necesidades de los demás. “Si me quisieras como dices quererme tu harías esto por mí”.
- A no saber cuidar de nosotras mismas. A no saber dónde están mis límites como persona. A no saber qué quiero y quién soy.
El proceso de hacernos personas adultas, responsables de nuestras propias vidas requiere de valor y de capacidad para superar aquello que nos limitó, que nos hirió, que nos rompió, requiere mirar con compasión a esa niña, a ese niño que fuimos y que aún vive en nuestro interior para decirle “a la final todo salió bien, me he convertido en una persona adulta y soy capaz de cuidarte/me”.
Yira Labrador.