Decía William Shakespeare en su Macbeth: “Dad palabra al dolor: el dolor que no habla gime en el corazón hasta que lo rompe”.

Esa es la gran oportunidad que nos da conectar con nuestro dolor, porque a veces sentimos un dolor sordo, un dolor callado, como un ruido de fondo que tratamos de ignorar, pero que no nos deja respirar, no nos deja sentir plenamente, no nos deja fluir con la vida.

Tememos sentir el dolor, anhelamos como niños el evitar estar en contacto con esa punzada emocional, antigua o tal vez nueva, y con ello lo alimentamos de oscuridad y silencio. Pero nunca calla.

Y, entonces, nos atiborramos a comida, a cigarrillos, a alcohol, drogas, relaciones vacías, trabajo excesivo, aislamiento, rabia, depresión. No hay manera de seguir rodeando la isla que hemos creado para nuestro dolor.

Entonces, un día, cogemos fuerza, tal vez porque alguien nos dijo algo que abrió una rendija, o un libro nos tendió un puente o un abrazo profundo nos conectó de nuevo. Entonces pedimos ayuda. Empezamos el camino de vuelta, a escucharnos, desde la compasión y la curiosidad, descubriendo lo fuerte que somos y que ese dolor no nos va a romper, no nos va a destruir, como quiso hacernos creer nuestro miedo.

Ser capaces de vivir con nuestros dolores demuestra la gran capacidad de resiliencia, de supervivencia que tenemos las personas. Ahora te pregunto: ¿es suficiente con sobrevivir? Tal vez sea el momento de vivir plenamente, desde la conexión profunda con nuestras partes ocultas.

El dolor es una oportunidad, porque nos abre la puerta a integrarnos, a ejercer el amor propio, a sentirnos personas más completas.

¿Qué pasaría si dejas de evitar tu dolor y te permitieras sentirlo, abrazarlo, escucharlo con atención y cuidado? ¿Qué aprenderías de ti?

Yira Labrador.